Que algo está cambiando en la economía y en la sociedad es
innegable, sobre todo cuando la mayoría de las inversiones de las sociedades de
capital riesgo actualmente se dirigen hacia empresas que no fabrican nada, salvo
honrosas excepciones como las cámaras GoPro (Woodman Labs), los móviles Xiaomi
o los auriculares Beats. En la edición impresa del 30 de marzo de El País se destaca
que mientras la cadena hotelera Hyatt tiene 450 hoteles, Airbnb no posee ninguno
y, sin embargo, esta tiene un valor en bolsa mayor que la primera. De forma
similar, la compañía de alquiler de vehículos Hertz, con decenas de miles de
coches, en todo el mundo está siendo amenazada por Uber, una simple aplicación
que comunica al cliente con el chófer. Airbnb y Uber, dos empresas nacidas en
Internet hace menos de seis años, son los últimos ejemplos de la nueva
economía; mejor dicho, de una de sus evoluciones. Después de comprobarse la
sostenibilidad de la economía de lo gratuito (los estudios de Angry birds o
Candy crush), ahora se trata de la economía colaborativa, bien para juntar
esfuerzos (crowdfundig), bien para compartir propiedades que no se aprovechan
al máximo.
Con este cambio de paradigma de fondo, Hoy, Airbnb ofrece hoy
día más de medio millón de alojamientos de particulares —desde iglús en Alaska
hasta cabañas en Hawai—, un dato que adquiere mayor significado si se tiene en
cuenta que el 50% de ellas se ha obtenido en un año, el último. De esta forma,
en 2013 ha doblado sus ingresos (250 millones de dólares) gracias a las tarifas
que cobra en la intermediación entre propietario y huésped y a la publicidad de
ofertas destacadas.
Por su parte, la aplicación para teléfonos móviles Uber señala en el smartphone
de cualquier usuario interesado a qué distancia se encuentra uno de sus coches
con chófer, cuánto tardará y cuánto cobrará. El pago se realiza a Uber, no al
chófer (ni siquiera hay que darle propina), y permite dividir la cuenta entre
los viajeros del coche.
El problema que subyace en torno a la economía informal es
que resulta difícil de cuantificar, de medir, de establecer estadísticas y, por
ende, de controlar, de fiscalizar, de regularizar… y eso, a los estados y a sus
gobernantes les da pánico. De esta manera, si Airbnb ha tenido roces con las
leyes hoteleras vigentes en Nueva York, Uber ha chocado con el gremio de
taxistas en casi todas las ciudades a donde llega, desde Washington a París, de
Tokyo a Madrid.
Algo parecido ya ha ocurrido en España. Fenebús, patronal
del transporte en autobús, ha denunciado a la plataforma colaborativa BlaBlacar
(la web que conecta a conductores con plazas libres con posibles pasajeros) por
incumplir la ley de ordenación de los transportes terrestres e incurrir, según
ellos, en actos de competencia desleal. La ausencia de regulación específica
provoca pavor en la economía formal pero en todos estos casos, en nuestra
opinión, el modelo de negocio es imparable, como demuestran los clones nacidos
alrededor de ellos: DropInn, Apptha, Script, Lyft, Sidecar, Instacab...